miércoles, 17 de febrero de 2010

Año nuevo, vida nueva

En las primitivas sociedades agrarias, el curso de las estaciones, desde la temporada de la siembra hasta la cosecha anual, revestía una significación mucho más considerable que la de hoy, puesto que era la actividad principal de la comunidad, que trabajaba casi exclusivamente para asegurar la supervivencia de sus miembros.
Los antiguos prestaban especial atención a la época que consideraban el inicio del ciclo, cuando la duración de los días empezaba a aumentar en el hemisferio norte alrededor de la fecha que hoy llamamos 21 de diciembre hasta alcanzar su máxima duración, seis meses más tarde.
El inicio de un nuevo año ha sido desde siempre para los hombres una ocasión de renovar aspiraciones, esperanzas y proyectos, así como una oportunidad de rogar a los dioses un tiempo propicio para sus cosechas.
A ese período de alrededor de 365 días y cuarto, que corresponde a un giro de la Tierra alrededor del Sol, las comunidades prehistóricas indoeuropeas lo llamaron at-no, palabra que dio lugar en latín a annus y en las lenguas romances a año en español, an en francés, ano en portugués, any en catalán y anno en italiano, entre otras.

El día de Año Nuevo es la más antigua y universal de las festividades religiosas. Curiosamente, su historia comienza en una época en la que aún no existía un calendario anual. El tiempo transcurrido entre la siembra y la cosecha representaba un “año” o ciclo.

La fiesta de Año Nuevo más antigua que se ha registrado se cele­braba en la ciudad de Babilonia, cuyas ruinas se alzan cerca de la mo­derna ciudad en Irak. Se situaba a fines de marzo, en el equinoccio vernal o de primavera, esto es, al comenzar esta estación, y los actos festivos duraban once días. Los festejos modernos palide­cen si se comparan con ellos. Los iniciaba un sumo sacerdote que, ha­biéndose levantando dos horas antes del alba y tras bañarse en las aguas sagradas del Éufrates, ofrecía un himno al dios local de la agri­cultura, Marduk, orando para pedir un nuevo ciclo de cosechas abundantes. Se pasaba la grupa de un carnero decapitado por los muros del templo, a fin de absorber todo contagio que pudiera infestar el sa­grado edificio y, por extensión, la cosecha del año siguiente. La cere­monia recibía el nombre de Kuppuru, palabra que apareció entre los hebreos casi al mismo tiempo, en su día de Reparación, o Yom Kippur.

Tanto desde el punto de vista astronómico como del agrícola, enero es el peor tiempo para comenzar simbólicamente un ciclo agra­rio o Año Nuevo. El sol no se encuentra en un lugar adecuado del cielo, como ocurre en los equinoccios de primavera y otoño y en los solsticios de invierno y verano, los cuatro acontecimientos solares que ponen fin a las estaciones. El traslado de este día sagrado se inició con los romanos.

Según su antiguo calendario, los romanos consideraban el 25 de marzo, comienzo de la primavera, como el primer día del año. Sin embargo, los emperadores y los altos funcionarios alteraron repeti­damente la longitud de meses y años para ampliar el tiempo de sus mandatos. Las fechas del calendario guardaban tan poca sincroniza­ción con los hitos astronómicos en el año 153 a.C., que para fijar con seguridad numerosas ocasiones de tipo público el Senado ro­mano declaró el 1 de enero primer día del año. A continuación se produjeron nuevas alteraciones de fechas, y para iniciar de nuevo el calendario el 1 de enero, en el año 46 a.C. Julio César tuvo que prolongar el año hasta 445 días, por lo que se conoce en la historia como “Año de la Confusión”. El nuevo calendario creado por César fue llamado en su honor calendario juliano.

Después de la conversión de Roma al cristianismo en el siglo IV los emperadores siguieron organizando celebraciones de Año Nuevo. Sin embargo, la naciente Iglesia abolió todas las prácticas paganas (es decir, no cristianas), y por tanto condenó estas festividades como es­candalosas y prohibió a los cristianos su participación en ellas. A me­dida que la Iglesia consiguió conversos y poder, planificó estratégica­mente sus propias fiestas para competir con las paganas, en muchas ocasiones aprovechándose de su popularidad. Para rivalizar con la fiesta de Año Nuevo el 1 de enero, la Iglesia estableció su propia fes­tividad en la misma fecha, la Circuncisión del Señor, que todavía ob­servan católicos, luteranos, episcopalianos y numerosas Iglesias orto­doxas de Oriente.

Durante la Edad Media, la Iglesia se mantuvo tan hostil al antiguo Año Nuevo pagano, que en las ciudades y países predominantemente católicos esta celebración desapareció por completo, Y cuando perió­dicamente volvía a resurgir, quedaba relegada al olvido en poco tiempo y casi en todas partes. En cierta época, durante la Baja Edad Media desde el siglo XI al XIII, los británicos celebraban el Año Nuevo el 25 de marzo, los franceses el domingo de Pascua, y los italia­nos el día de Navidad, que era entonces el 15 de diciembre; sólo en la Península Ibérica se observaba el 1 de enero. La aceptación general de esta fecha sólo data de los últimos 400 años.

La Nochevieja

Desde tiempos muy antiguos ésta ha sido la más bu­lliciosa de las noches. Para los antiguos agricultores europeos, los espíritus que destruían las cosechas por medio de enfermedades eran barridos durante la no­che que precedía al Año Nuevo con un gran concierto de cuernos y tambores. En China las fuerzas de la luz, el Yang, derrotaban anual­mente a las fuerzas de la oscuridad, el Yin, cuando en esta noche má­gica la gente se congregaba para hacer sonar platillos y detonar petar­dos. En Norteamérica, fueron los holandeses en su colonia de Nueva Amsterdam en el siglo XVII, quienes originaron las modernas cele­braciones de la Nochevieja, aunque es posible que los indios nativos de esas tierras les hubieran dado un ruidoso ejemplo en este sentido y con ello hubieran allanado el camino. Mucho antes de que llegaran los colonos al Nuevo Mundo, la fiesta de Nochevieja era observada por los indios iroqueses, que la relacionaban con la cosecha de maíz. Reuniendo ropas viejas, útiles caseros de madera, maíz y otros cereales los indios arrojaban estas posesiones del año anterior en una gran hoguera, con lo que significaban el comienzo de un Nuevo Año y una nueva vida. Era una costumbre antigua tan literal en su significado, que los eruditos de épocas muy posteriores no tuvieron que especular sobre su sentido.

Los colonos norteamericanos presenciaron la anárquica celebración anual de la Nochevieja por los indios y su conducta no fue mucho más austera, si bien la escasez de ropas, muebles y comida les impedía encender hogueras. En la Nochevieja de 1775 los festejos que se celebraron en la ciudad de Nueva York fueron tan ruidosos, que dos meses más tarde las autoridades prohibieron los petardos, las bombas de fabricación casera y el uso de las armas de fuego personales para conmemorar los futuros comienzos del Año Nuevo.

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